lunes, 18 de febrero de 2008

Principios y Bases para un Progreso verdadero


No es correcto fabricar lo que sea para luego vender ese producto (la producción) a otros y obtener una ganancia. La ganancia no es correcta ni es moralmente aceptable puesto que la actividad de producir para ganar es opuesta al concepto de desarrollar una sociedad justa y sana. La ‘ganancia’ es lo que provoca desestabilización e inequidad en la expansión de una sociedad.

Donde se crean diferencias surge el resentimiento y el malestar porque los intereses de las personas empiezan a ser distintos entre sí, y una sociedad de ese tipo no puede estar en paz cuando no hay un objetivo de bien común (o el mismo es difuso, ambiguo o secundario) Si priman los intereses individuales por encima del interés común, rápidamente se transforman en graves malestares sociales. Las sociedades sin ese rasgo estructural-funcional, es decir, el bien común, están intrínsecamente fraccionadas y, por eso, condenadas a la violencia, la explotación, las guerras y los principales males sociales.

El progreso tecnológico no es verdaderamente importante o significativo si primero no hay un progreso moral que permita apreciar éticamente las ventajas y beneficios de una tecnología desarrollada que tenga como objetivo primordial aliviar las necesidades, tensiones y angustias existenciales.

La pobreza no es algo ‘natural’ sino que se genera a partir de la propiedad privada, la actividad industrial para ganar y la comercial; actividades que, por otra parte, conllevan implícitos conceptos como ganancias, bienes y riquezas personales que los individuos aceptan como normales, naturales y necesarios, pero que en realidad, son las generadoras de las diferencias sociales.

El progreso tecnológico sólo es venerable si su producción beneficia a todas las personas por igual, apuntando así, al bien común. Si todas las personas estuvieran incluidas en los alcances de dicho progreso, entonces el desarrollo tecnológico sería un bien humano inapreciable.

Las personas más inteligentes no merecen más riquezas, ventajas o comodidades que sus pares menos inteligentes. Las personas menos inteligentes, por el contrario, necesitan de su ayuda. No hay ninguna razón que justifique que las personas mejor dotadas de inteligencia posean mejores retribuciones o beneficios. Poseer más inteligencia ya es una bendición de la naturaleza que debe ser aprovechada en beneficio de la sociedad y no en el propio. Que la Naturaleza brinde mejores dotes a una persona, en cualquiera de sus acepciones, no la hace merecedora de ventajas para su provecho personal sino que constituyen motivos más que suficientes para un compromiso más profundo con la sociedad que la cobija y a la que se debe por pertenecer. El lugar que ocupa en esa sociedad es en sí mismo la mejor retribución. Por ende, las retribuciones no deben ser entendidas como de ganancia, riqueza o bienes personales sino como la garantía de que sus derechos serán respetados del mismo modo que él respeta el de los demás.

Por lo tanto, haber nacido con mayor inteligencia (sobre todo si la inteligencia es herencia genética, o sea, un don natural) no da derechos sobre los demás sino todo lo contrario: obligaciones para con ellos. En una sociedad cuyo objetivo primordial es el bien común, poseer más inteligencia que el resto implica una mayor responsabilidad con el prójimo y un liderazgo natural y altruista. El sincero reconocimiento de los demás debería ser la mejor retribución que un ser humano pueda recibir. Ayudar al prójimo tendría que ser en si mismo una de las más fuertes motivaciones y alegrías del ser.

El esfuerzo personal debería traer consigo la satisfacción de contribuir al bien común y no el sentimiento de sentirse acreedor de ventaja personal alguna.

Las personas con más responsabilidades tampoco son merecedoras de ventajas personales ni de tratos especiales. En todo caso, lo que se debe regular no son sus beneficios personales o posesiones, sino la distribución equitativa de las responsabilidades sociales, por lo que será importante y decisivo una educación de conjunto que garantice una misma conciencia social al respecto. Tener mayores responsabilidades debería ser una condición sólo temporal o pasajera si es que las mismas representan para el sujeto una carga demasiado pesada de sobrellevar.

Las riquezas personales, desde las más pequeñas hasta las más grandes, son el origen de todos los desequilibrios sociales.

El objetivo irrenunciable, debe ser siempre el Bien Común.

Tomar conciencia de algo lleva a una persona a asumir una nueva posición que lo impulse a enfocar la realidad desde otro ángulo. Luego, los cambios revolucionarios pueden darse por si mismos, no necesariamente se necesitan las armas para plasmarlos.